La Hora: Memorias del olvido

Se publicó durante medio siglo y es el diario más longevo de la historia de Santiago después de El Liberal. Fue una empresa familiar que pasó por dos generaciones y distintos períodos políticos. Su director se batió a duelo, sus periodistas fueron encarcelados y publicó denuncias en contra del juarismo que le costaron muy caro. Aquí un paseo por su archivo y el testimonio de sus últimos sobrevivientes, para rescatarlo del olvido. 

 

Por Marcela Arce

 

Leocadio Rosa Tissera dejó su Tucumán natal en 1924, siendo muy joven y recién casado con Jesús Corrales, para probar suerte en Santiago. Algunos que lo conocieron lo describen como un bohemio, defensor de la verdad y justiciero. Como un trabajador incansable que no dudó en arriesgar los pesos que tenía guardados comprando una pequeña imprenta. No le importó que la maquinaria no estuviese en tan buen estado ni tampoco que faltaban muchas de las letras con las que luego se imprimirían los textos. Con sus propias manos fabricó los caracteres restantes, unas diminutas letras, mayúsculas y minúsculas, de plomo y estaño. Así fue que Leocadio abrió su primera imprenta en 1926, en la céntrica esquina de Buenos y 9 de Julio. Muy cerca del templo de Santo Domingo, a metros de la casa de los Taboada, a la vuelta del todavía joven Teatro 25 de Mayo, a un par de cuadras del viejo Cabildo. El mundo político y cultural de la provincia se aglutinaba en esas calles.

Su taller formaba parte de la primera decena de imprentas que se instalaron en la capital santiagueña. Al año siguiente, Leocadio Tissera emprendió su más arriesgada aventura: la creación de un periódico. Más de ochenta habían aparecido y desaparecido en los últimos cincuenta años en Santiago. En 1926, El Liberal y El Siglo eran los más importantes.

El 4 de febrero de 1927, Leocadio Rosa Tissera lanzó a la calle el primer número de El Pueblo, una publicación tamaño sábana, de 8 páginas a 6 columnas y sin fotografías. Era un matutino, que salía de lunes a sábado. Su lema era “El que sea martillo que golpeé y el que sea yunque que aguante”.

En sus páginas, las secciones eran: Gobierno, Tribunales, Renta, Telegramas, Líneas cortadas, Misceláneas y Espectáculos, entre otras. Los primeros números no se consiguen en ningún archivo santiagueño. En la Biblioteca Sarmiento se pueden encontrar los ejemplares desde 1928. Ninguna de las notas estaba firmada ni tampoco figuraba algún editor responsable. Recién en la edición Nº 364, del 5 de mayo de 1928, el nombre de Leocadio R. Tissera aparece, por primera vez, como “Director – Propietario”.

 

Hurgando el archivo

 

Un día antes del primer aniversario de El Pueblo, el 3 de febrero de 1928, en la columnade Misceláneas, aparecía este texto: “La misión del periodista no es para cualquier mocoso que se dé el corte de macanear en las columnas de un diario, amparado en el favoritismo de las empresas. Los que no sean capaces de decir la verdad, por dolorosa que sea para sus propios intereses, no deben meter la cuchara en cosas tan serias como son de orientar a la opinión pública”.

No se refería explícitamente a nadie, pero dejaba entrever el enojo con algún periodista de otro medio.

En enero de 1928, edición Nº274, junto al nombre del diario, comenzó a aparecer, en gran tamaño, un subtítulo que explicitaba la tendencia política del matutino: “Sostiene principios de la Unión Cívica Personalista”.

La primera fotografía de El Pueblo aparece el martes 1° de mayo de 1928. Era una imagen del nuevo gobernador de la provincia, Santiago Maradona, a cinco columnas, ocupando más de la mitad de la hoja.

El diario estaba ubicado en la intersección de Buenos Aires y 9 de Julio, en el mismo local donde seguía funcionando la imprenta. Su número de teléfono era 1566.

 

De El Pueblo a La Hora

 

Ninguno de los descendientes de Leocadio Tissera sabe exactamente por qué El Pueblo cambió de nombre. Tampoco recuerdan cuándo sucedió aquél traspaso.Pero una edición especial por el 25 aniversario de La Hora, publicada en 1952, recuerda que la fecha fue el 4 de febrero de 1927. Un texto en ese número recuerda: “Todos rodeaban al director, don Leocadio Rosa, que no se entendía de tinta y de transpiración. El trepidar de la impresora llenó de emoción los espíritus. Salió el primer número en medio del regocijo y de los aplausos […] Estaban allí, junto al señor Tissera, como redactores, César López, Carlos A. Flores, Pedro Orieta, Miguel Angel Figueroa – hijo del fundador de El Liberal, Juan A. Figueroa – y varios muchos más de gran corazón”.

Ese número hace un repaso de los tipógrafos, empleados y colaboradores de los primeros 25 años de vida del diario. Entre estos últimos destacan a Orestes Di Lullo, Amalio Olmos Castro y Samuel Yussem, importantes intelectuales de la época.

 

 

Lo que si queda claro es la continuidad entre El Pueblo y La Hora, ya que éste último periódico continúa la secuencia numérica del primero. Además, la diagramación es exactamente la misma, al igual que su tipografía, su cantidad de páginas, su director y todas las secciones del diario.

La suscripción a La Hora costaba 24 pesos por año, 6 meses a 12 pesos, o 3 meses a 6 pesos. Todo ello, con pago adelantado.

 

Tiempo de cambios

 

El 1 de noviembre de 1930 un gran título y una enorme fotografía anunciaban que Leocadio Tissera dejaba la dirección del diario en manos del Dr. Víctor Alcorta, quien había sido diputado nacional por el Partido Radical Unificado (PRU). El texto a cinco columnas decía: “Su nombre expresa una tradición y un propósito de renovación y cultura en la prensa local. Uno de los intelectuales de notoria alcurnia toma un puesto de acción para abrir rutas en la escabrosa selva del periodismo, levantando su concepto y sembrando ideas con una profunda y honrada convicción… Al pasar nuestras hojas a esta nueva etapa de su vida lo hace bajo las garantías de su nombre, para asegurar a la prédica, a la información y a la polémica una límpida y arrogante ejecutoria”.

Por entonces La Hora se presenta en su tapa como “Diario independiente de la mañana”. En noviembre de 1935, el horario de edición cambia, y pasa a ser “Diario independiente de la noche”. Tiempo después regresa a la mañana, pero tiene períodos donde alterna con el horario nocturno, hasta que finalmente se convierte en un vespertino.

Sin embargo, los horarios de entrega parecieran no haberse respetado siempre. Tal es así que, el 21 de junio de 1931, el mismo diario comunica los motivos de su retraso: “Nuestra edición de hoy sale con algunas horas de retraso por haberse quemado un motor. Sin embargo, las deficiencias han sido subsanadas provisionalmente gracias a la gentileza de don Pedro Casullo, quien nos facilitó el motor de su frigorífico”.

Además del cambio del nombre, La Hora tiene la particularidad de aparecer con otrolema: “La Hora será tribuna de defensa de los derechos del pueblo”.

Al presentarse como “diario independiente” deja de lado su vinculación con la Unión Cívica Personalista. Es más, en un pequeño, pero destacado recuadro que salía diariamente se leía: “La Hora es un diario del público. Cuando sus intereses ya no hallen defensor, esa hoja se hará eco de ellos. Apoye entonces su existencia leyéndola y difundiéndola”.

Pese a su pretendida independencia, en distintas ediciones de 1933, un recuadro destacado en su primera página decía: “Si usted es amante del bienestar social y económico del país, si anhela el sucesivo desenvolvimiento de nuestras instituciones democráticas mediante la acción constructiva de gobiernos de orden y de honestidad, adhiérase al Partido Demócrata Nacional, cuyos principios y finalidades condensan justas y viejas aspiraciones colectivas malogradas hasta hoy por la acción funesta de los malos mandatarios”.

En la última página del diario,debajo del título, a 6 columnas, se señalaba: “Hay un arma más poderosa que la calumnia: LA VERDAD”.

En 1937 aparece ya con el lema: “Aquí estoy para decir lo que nunca nadie podrá olvidar ni desmentir”, de Almafuerte.

Luis Quadrelli, ex empleado del diario, cuenta en su libro “Historias Vivas”: “El Diario LA HORA nació para servir a los intereses colectivos, defender la justicia y las causas nobles, bregar por el imperio de los derechos humanos y de los postulados democráticos, por la subsanación de las anomalías e irregularidades, la solución a los problemas que afectan a la población, fustigar lo malo y lo pernicioso, con la idealidad de ser útil a la sociedad”, aseguraba durante uno de sus aniversarios, según lo rescata

 

El director a duelo

 

Una anécdota pinta el carácter del dueño de La Hora. Quadrelli cuenta que Guillermo Alvarez, mecánico de la imprenta, vio a Tissera batirse a duelo con un militar del Regimiento 18 de Infantería: “Al parecer una nota publicada en el diario lo había afectado en su honor como militar y como hombre – relata Quadrelli – Ello desencadenó en un reto a duelo al director. En vano fueron los consejos y los intentos de convencerlo para que se retractara, cuando el militar le envió los padrinos. Para colmo don Leocadio eligió la espada, arma que nunca había manejado y de la cual el militar era experto, ya que era un destacado esgrimista. Contaba don Guillermo que el duelo se llevó a cabo en una zona montuosa, que en esos tiempos abundaban, cerca de la costanera. Él era adolescente aún y aprovechando las sombras de la madrugada, ‘hizo culata’ en uno de los mateos que trasladaba a los padrinos y jueces del duelo. Éste era ‘a primera sangre’, o sea que al primer corte, o si manaba sangre, se daba por concluído el duelo.

El joven miraba escondido detrás de un árbol lo que acontecía y vio al militar que se encontraba haciendo elongaciones con su espada tomada del mango y de la punta por sobre sus hombros y cabeza y flexionaba las piernas en una muestra de su conocimiento del arma que manejaba con destreza. El director llegó a la cita y lo primero que hizo fue sacarse el saco, arremangarse la camisa y cuando los padrinos dieron por comenzado el duelo, tomó la espada con su mano derecha y salió decididamente a enfrentarlo, tirando ‘machetazos a diestra y siniestra’. La arremetida fue tan violenta, que a su rival no le permitió ni siquiera ponerse en guardia. Pasaron unos pocos minutos, que parecían una eternidad. Tan furioso embate no le permitió al militar aplicar sus conocimientos del arma y en uno de los tantos machetazos que lanzó don Leocadio, le hizo un corte en el hombro derecho a su contrincante, y como era ‘a primera sangre’ los jueces dieron por finalizado el duelo yambos quedaron satisfechos, por haber ‘lavado el honor’.Luego retornaron cada uno a su tarea, entre las felicitaciones y asombro de los presentes y ante el enojo del militar, que no esperaba esa reacción del periodista”.

En el recuerdo de la familia se cuenta que, al regresar al diario, como triunfador del duelo, la sirena de La Hora, tocó insistentemente.

 

Tras las rejas

 

Zuly Tissera, nieta de Leocadio Tissera, contó en una entrevista para este trabajo que su abuelo también llegó a estar preso por sus publicaciones: “A raíz de la publicación de uno de sus empleados de confianza, mi abuelo cae preso. Era una publicación donde se decía una verdad, pero si no hablabas a favor de ellos, te detenían. Entonces dieron la orden de retirar de circulación todos los diarios. Estuvo preso un año, y ahí se volvió asmático. Creo que no estaba en la cárcel sino en la Alcaidía. No estaba junto con los otros, porque su ‘delito’ fue de origen intelectual. Sin embargo, el diario jamás dejó de salir y se hizo cargo mi padre, que entonces tenía 18 años”.

“Mi abuelo era un hombre de carácter fuerte, decidido. Decía que, aunque le cueste el diario, jamás iba a estar a favor de los delincuentes ni de la mentira, sino a favor de la verdad. Por eso fue que el diario nunca pasó de ser un diario humilde, porque jamás se entregó a las tentaciones de la coima. Mi padre tenía los mismos ideales. Por eso es que el diario era tan querido, a pesar de ser humilde en todos sus aspectos. Todos sabían que si permanecí pobre era por decir la verdad”, recuerda Zuly Tissera.

Durante sus días de encierro “mi abuelo se enfermó de asma, siempre estaba postrado y con una tos terrible. Casi no podía levantarse, le faltaba el aire”.

Es por eso que, una vez en libertad, José Edmundo, el mayor de sus hijos y padre de Zuly, se puso al frente del diario.

 

 

Nueva generación

 

Leocadio Tissera había estado al frente de su diario durante 14 años. Su hijo se convertiría en el alma máter de la publicación durante los 35 años siguientes.Corría el año 1941 cuando el joven José Edmundo Tissera, más conocido como “Mundo”, se hizo cargo de La Hora, y su impronta lo afianzó definitivamente en el mercado periodístico de Santiago del Estero. Mundo se encargó de la compra de máquinas linotipos para la imprenta, y su hermano menor, José Agustín “Pepe” Tissera, pasó a ocuparse de la parte administrativa del diario.

En 1945 el diario se trasladó temporalmente a un local en Libertad 676, y luego se ubicó definitivamente en la calle Entre Ríos 56, en lo que hoy son los fondos de la empresa Aguas de Santiago. Una propiedad enorme, que llegaba hasta la calle Belgrano.

Recuerda Zuly Tissera: “Mi padre tenía las manos negras de tinta, se metía en el taller, lo vivía desde adentro, junto a sus empleados, a tal punto que era padrino de los hijos de la mayoría de sus empleados. Llegó a tener 48 ahijados y muchos con su nombre. Si una máquina se echaba a perder, se arremangaba y se metía de lleno a arreglarla”.

 

La distribución como estrategia

 

Según sus propias afirmaciones, estampadas continuamente en sus ediciones, La Hora era el “diario de mayor circulación en la campaña de Santiago.”. Los descendientes de Leocadio Tissera cuentan que el diario llegaba a las principales ciudades del interior de la provincia, desde donde era distribuida a todos los pueblos. Tal distribución se hacía a través del correo, del tren y distintos transportes de larga distancia.

La venta a través de canillitas era la otra modalidad de distribución. Aquellos que querían vender el diario debían anotarse varias horas antes de la salida y pagar por adelantado la cantidad de ediciones que querían llevar. Muchos de esos canillitas eran niños, tal como lo recuerda Eustaquio Arce:“Yo tenía 10 o 12 años, cuando un amigo me llevó a vender el diario. Era una época en la que El Liberal no salía”. El viejo canillita era más joven de lo que pensaba, tenía 8 años, pues ese tiempo coincidió con la clausura durante 100 días que sufrió El Liberal en 1950, en el primer gobierno peronista.

 

 

Eustaquio Arce relata cómo era la vida del diario en esos años: “Debía hacer cola, anotarme cerca de las 5 de la tarde, y los entregaban 3 horas después. Salíamos corriendo por las calles. Algunos tomaban por la calle Moreno, otros lo hacíamos hacia la zona del barrio Belgrano, que recién estaba comenzando a ser habitado. En el centro vendían los canillitas más viejos, aunque  a veces nos rebuscábamos y metíamos algunos”.

Otras veces, cuando el diario salía tarde y el tren o los colectivos ya habían pasado, el mismo José Edmundo Tissera cargaba su vehículo y los trasladaba él mismo.

Durante los años 50, La Hora se convirtió en un diario ultra oficialista. Con El Liberal parado en la vereda de enfrente – los hermanos Castiglione eran radicales y antiperonistas – el diario de los Tissera llegó a tirar más ejemplares que su competencia y a convertirse transitoriamente en la principal publicación de la provincia. Hasta la llegada del gobierno de facto de la Revolución Libertadora.

En esa, que fue su mejor época, La Hora no sólo tenía distribución en Santiago del Estero, sino que pasó las fronteras de la provincia. “La Hora, cuya difusión aumenta día a día, puede ser adquirida en la Capital Federal, en el local de la calle Florida, frente a la galería Güemes, donde está instalada nuestra agencia”, señalaba un pequeño pero destacado recuadro en el periódico.

 

El arcón de los recuerdos

 

El periodista César Leovino Suárez guarda recuerdos de su paso por La Hora, tal como antes lo había hecho su padre, Eusebio Suárez: “Mi papá colaboraba con La Hora y La Provincia, cuando vivíamos en Loreto. Él escribía sobre las necesidades del pueblo, demoras de los trenes, información general, incluso notas policiales”.Cuando la familia se trasladó a la capital santiagueña, “mi padre solía pedirme que lleve sus colaboraciones al diario La Hora”.

Suárez agrega un dato desconocido hasta ahora: “Don Leocadio le compra todos los elementos al director del diario ‘El Combate’, que era un diario partidario, que salía una vez a la  semana”.

De don Lucio Orlando Díaz aprendí a titular, 1 línea 3 columnas. En La Hora estuve como 4 o 5 años, pero siempre estuve ligado como colaborador”, comenta el hombre que “a veces firmaba como Cesar Leovino, otros como Leovino, casi nunca con mi apellido”.

Recuerda que “ya existían los linotipistas, todo un avance para el diario, aunque también salían todavía los “para-letras” para cosas menores. En la redacción había como 5 máquinas de escribir. El jefe de redacción, primero, era un señor Santillán, después vino un español. Le decían Pablo”.

Entre sus recuerdos, rememora a “la señora Lloveras de Cárdenas, quien fue de las primeras mujeres en hacer periodismo, no recuerdo otras mujeres en esa época”.

De su memoria escapan otros nombres.“Bichito Paz en deportes, era docente de la escuela Industrial; la Srta. Coronel, correctora de pruebas. Si ella no estaba, nos corregíamos entre nosotros. También estaba José Enri Reynoso, un periodista reconocido. El comentarista político era Miguel Alberto Salvatierra, a quien yo iba a reemplazar cuando él no podía”.

 

El taller

 

Las columnas del diario se medían en picas, que aún hoy se utilizan en algunas imprentas tradicionales. Por ejemplo, una columna del diario estaba compuesta de 9 picas, aproximadamente 4 cm. y se armaba con tipos de distinta medida, letra por letra en un molde de bronce, manualmente, llamado componedor. Generalmente se trabajaba en cuerpo 8 y para destacar la noticiase lo hacía con cuerpo 10, o letra cursiva, y los títulos con cuerpo 16 hasta 48 en las informaciones normales. Cuando era necesario destacar algún suceso se llegaba hasta el cuerpo 72 o más con letras de hasta 10 cm. de altura, llamados títulos catástrofe. Una vez armadas las páginas, se las transportaba a pulso hacia las impresoras.

Por mucho tiempo se imprimió en las dos máquinas planas Marinoni, una para cada tiraje y en los años 60 se compró otra plana de mayor capacidad.

La Hora siempre fue un diario humilde y los gráficos se ingeniaban aplicando distintos recursos para armar las columnas y luego las páginas. El trabajo en el taller era prácticamente artesanal, todo ello por mérito de los obreros de las artes gráficas, que por su entrega y conocimiento, eran los bien llamados ‘obreros intelectuales’. Para muchos, era el oficio más largo y difícil de aprender porque siempre aparecían cosas nuevas, prueba de ello es que hoy está todo digitalizado y día adía deben actualizarse.

 

Asfixia económica

 

La caída de La Hora llegó en la década del 70, durante la campaña electoral para elegir al futuro gobernador de la provincia, en 1973. En aquél momento, Carlos Arturo Juárez y Francisco López Bustos se disputaban la interna peronista.“Mi padre tenía el dinero para cambiar el sistema nuevo de impresión con la publicidad que le debía el gobierno – cuenta Zuly Tissera –López Bustos era amigo de la familia, pero los periodistas van primero a hacerle la entrevista a Juárez, quien en esa época vivía en la Congreso, entre Garibaldi y Entre Ríos, cerca del diario. Los atiende la señora Nina y les dice que Juárez estaba ocupado, que vuelvan mañana. Entonces, se van a entrevistar a López Bustos, quien les da la entrevista y sale publicado al otro día. Fue la desgracia de mi padre y el motivo del final de su empresa, porque al día siguiente, cuando volvieron los periodistas a buscarlo a Juárez. ella les dijo enfurecida:‘No, porque primero lo publicaron al otro. Juro que si somos gobierno nuevamente vamos a fundir el diario La Hora’.  Y así lo hizo”.

Este relato lo confirma Víctor Antonio “Tito” Inamorato, viejo periodista de La Hora. Aunque en su narración señala que fue el mismo Juárez quien se negó a la entrevista, diciendo que “no accedía a reportajes con diarios pobres”.

 

 

Cuando Carlos Arturo Juárez asumió, el 7 de octubre de 1973, comenzó a escribirse el final de La Hora. “Todos los expedientes de pago se perdieron, las deudas con los proveedores y con los empleados se hizo cada vez más grande. Juárez terminó asfixiándolo”, agrega la hija de “Mundo” Tissera.

 

El engaño de un “amigo”

 

A poco de asumir Juárez, un amigo muy cercano a los funcionarios del gobernador le contó a “Mundo” Tissera que se venía un embargo contra todos sus bienes, y le sugirió los pusiera a nombre de otra persona hasta que se calmaran las aguas.  Fue así que se los puso a nombre de Raúl Seijas. Dichos bienes incluían la propiedad de Entre Ríos 56, un automóvil particular y grandes extensiones de campos, 800 hectáreas en Ojo de Agua –que eran parte de la herencia de su esposa-, y en Deán Funes.

Según los relatos de su familia, cuando Tissera estuvo acosado por las deudas, le pidió a su amigo que le devolviera sus bienes, para venderlos y poder pagarle a sus empleados, que era lo que más le preocupaba. Sin embargo, su “amigo” le habría dicho que no le debía nada, que todas las propiedades se las había comprado legalmente.

“Juárez hizo la asfixia económica, pero Seijas lo terminó engañando, lo embromó a mi padre”, recuerda ZulyTissera.

 

Consecuencias fatales

 

Toda esta situación llevó a minar la salud de Mundo Tissera. Tuvo hepatitis, y después cirrosis. Y en 1974, luego de publicar un artículo en contra del gobierno de Carlos Juárez, salió una orden de detención contra Mundo.

“A toda costa, Juárez quería meterlo preso a mi padre – recuerda Zuly Tissera – quería que lo saque de la clínica donde estaba internado con un pico de presión. El médico de policía quería llevarlo a la alcaidía, su médico les dijo: ‘Si lo sacan a Tissera y se les muere en la esquina, ustedes van a ser los responsables,entonces lo dejaron, y ese médico de policía fue echado por Juárez”.

Meses después, el director de La Hora fue operado. Pese a los pronósticos médicos que le auguraban 6 meses de vida, sobrevivió un par de años más, gracias a las recomendaciones de un curandero, según lo cuenta su familia.

En 1975, “para poder pagar a sus empleados, mi padre les entrega el diario para que lo trabajen como cooperativa. Por supuesto que se iniciaron juicios laborales, porque se les debía, y mi papá lo reconocía, pero no tenía cómo pagarles”, recuerda su hija.

José Edmundo Tissera murió el 5 de enero de 1978, a los 55 años. Todos los empleados fueron a despedirlo, y uno a uno fueron retirando los juicios. Pero antes, había sido testigo del final de su amado diario.

 

La hora final

 

Las ediciones de agosto de 1976 son las últimas que se conservan en la hemeroteca de la Biblioteca Sarmiento. Luis Quadrelli recuerda el cierre del diario: Esa siesta se encontraba trabajando parte del personal, el resto entraba a las l7, cuando imprevistamente llegó el conocido y temido ‘celular azul´ de Infantería, con policías. Allanaron el local, llevaron detenidos a los trabajadores y secuestraron la edición del día. Hugo Orosco y Elsa Gerez cuentan que, diariamente llegaba un muchacho de apariencia humilde, por sus modales y forma de vestir. Se hizo amigo de la gente del taller, quienes, de buena fe, le regalaban uno de los primeros ejemplares impresos. Dicho personaje habría sido el informante de la SIDE y fue quién mostró el ejemplar a sus superiores, que procedieron al allanamiento”.

En ese procedimiento, “fueron detenidos y llevados a la seccional primera los periodistas Pablo Caviedez, Carlos Díaz -director del diario-, Hugo Orosco, Elsa Geréz y el impresor David “Chichí” Aguirre. A los detenidos no los dejaban hablar entre sí. Los tuvieron todo ese día y los liberaron al mediodía siguiente, no así a don Carlos Díaz que estuvo una semana más. Por suerte todos fueron liberados y los que viven hoy pueden contar lo que fue el último día del Diario La Hora”.

El diario La Hora estuvo en la calle durante 49 años y medio. El Liberal es el único medio gráfico santiagueño que lo superó en años. Sólo quedan los ejemplares amarillentos en la Biblioteca Sarmiento y alguna u otra edición entre los descendientes de Leocadio Tissera y quienes fueron parte de aquél equipo de trabajo. La mayoría de las máquinas se esfumaron, salvo una vieja linotipo, que es parte del material de exposición del Museo del Boletín Oficial. Lo demás, se guarda en la memoria de quienes fueron sus protagonistas o, simplemente se perdió en el olvido.

 

Investigación realizada en el marco de la cátedra de Historia de los Medios. Docente a cargo: Ernesto Picco