Ser trabajadora sexual en Santiago del Estero y vivir para contarlo

Coimas, abusos y violencia institucional fueron moneda corriente durante muchos años en que la policía santiagueña persiguió a las trabajadoras sexuales. Las detenía y arreglaba las salidas por plata o favores sexuales. La organización sindical y el fortalecimiento del colectivo LGBT permitieron dejar atrás algunas prácticas. Pero todavía falta. Recuperamos aquí la memoria y el presente de algunas de las sobrevivientes.

Por Juan Pablo Santillán*

_“¡Vecino, vecina, no sea indiferente; se mata a las travestis en la cara de la gente!”.

Quien comienza con el reclamo es Rubí Gómez, delegada de la Asociación de Travestis, Transexuales y Transgénero de Argentina (ATTTA) y primera mujer trans en recibirse de docente de nivel primario con orientación ruralidad en toda Latinoamérica. Megáfono en mano, a Rubí ya casi no le queda voz. No para de exigir por los derechos de las mujeres trans y las diversidades santiagueñas. Gritará pidiendo por una ley integral para personas trans y repite consignas a lo largo de la noche subida al acoplado de un camión en la que van ella a otras siete integrantes de ATTTA. Es la manifestación por la 11° Fiesta de la Diversidad y la 14° Marcha del Orgullo LGBTIQ+ de Santiago del Estero.

Decenas de personas se congregaron a las siete de la tarde del sábado 20 de noviembre de 2021. La cita fue en la plaza Lorenzo Lugones, en la esquina súper céntrica de Avenida Roca y Avellaneda, frente a la iglesia San Francisco Solano, una enorme iglesia de estilo gótico construida en 1567.

Con el correr de los minutos serán cada vez más la gente que se arrima a participar. Las agrupaciones militantes, al compás de bombos, platillos, redoblantes y silbatos, se hacen sentir a lo lejos. Se sacan fotos entre sí. Hay drag queens que se roban todos los flashes por sus despampanantes vestimentas. Poco a poco se empiezan a movilizar, colmando de ruido y color las angostas calles y veredas santiagueñas.

Para las nueve y media son miles y rodean la plaza Libertad. Frenan frente a la Catedral Basílica Nuestra Señora del Carmen – de 1581, es la más antigua del país – y leen sus consignas. Además de ATTTA, están presentes otras organizaciones disidentes, feministas, sociales y políticas.

Los mensajes van escritos con fibrón o pintura negra en torsos y espaldas desnudas. En carteles y banderas. Piden por una reforma judicial feminista, por la legalización del cannabis, por la derogación de los artículos contravencionales que criminalizan el trabajo sexual, por la ley integral trans, por el cumplimiento de la ley de cupo laboral travesti-trans, y exigen justicia por Florencia Gómez y la aparición con vida de Tehuel de la Torre.

14° Marcha del Orgullo LGBTIQ+ de Santiago del Estero con la iglesia San Francisco Solano de fondo |Fuente: PODEMOS

El 20 de noviembre también tiene un sentido especial: es el Día Internacional de la Memoria Trans, una fecha para recordar a quienes fueron víctimas de transfobia y transodio. En medio del plumaje largo y colorido, de los tacos aguja y el glitter, delos bocinazos caravaneros y el olor a pólvora de la pirotecnia, hay varios carteles que imploran: “Basta de violencia institucional”.

 La marcha emprende su rumbo por la avenida Belgrano, la que atraviesa toda la ciudad de sur a norte. Los eventuales peatones miran con asombro. Quienes viajan en colectivo se asoman a las ventanillas y sacan fotos. Los vecinos posan en los balcones de sus departamentos. Así hasta llegar a la Plaza del Maestro, al lado de la Universidad Nacional, donde finaliza el recorrido. Más tarde empieza ahí la fiesta mayor, con artistas militantes de la diversidad.

Marcela Castillo es una de las encargadas de conducir el acto. Es una mujer trans de 45 años, acompañante terapéutica y promotora de la salud sexual en el Consultorio Inclusivo para la Diversidad del Hospital Independencia. En medio de la algarabía, la música y el baile, como si fuera un chiste o una anécdota más, Marcela le grita por el altoparlante a Mariana Contreras:

_¿Te acordás cuando nos escapábamos de la policía y nos refugiábamos en tu casa?

Mariana es una mujer cisgénero, integrante del programa de VIH/SIDA del Ministerio de Salud, y ambas ejercían el trabajo sexual. No hace mucho tiempo debían huir de los agentes Comando Radioeléctrico, que no les permitían estar en la calle. Mariana suelta una carcajada y asiente con la cabeza. La risa se contagia en la primera fila de la marcha. Marcela, ya en un tono más serio, reflexiona a los gritos por el altoparlante:

_Hoy pensaba, al ver a tantas compañeras… piel de gallina… poder contarla. Tantas sobrevivientes.

La gente aplaude.

Según el Programa Conjunto de las Naciones Unidas sobre el VIH/SIDA, la esperanza de vida del colectivo trans en Argentina es de 35 a 41 años (la esperanza de vida general es de 75 años). El 90 por ciento de las mujeres transe se dedica a ejercer el trabajo sexual, como consecuencia de la exclusión de los sistemas formales de educación y los mercados laborales, y el 42 por ciento padece sífilis. Es una población que, comúnmente, vive en la pobreza y la indigencia, y que, en su gran mayoría, han sido expulsado/as de sus hogares porque sus familias rechazan su identidad de género.

Sobrevivientes

Para conocer antecedentes del trabajo sexual en territorio santiagueño fui a la casa de Sandra Castillo, una mujer trans de 61 años que lucha por acceder a la reparación histórica. Es decir, una pensión reparatoria dirigida a personas travestis y trans mayores de 40. Sandra es integrante de la organización Diversidad Valiente Santiagueña (Di.Va.S.) y coordinadora del archivo de la memoria trans y LGBTIQ+ de la provincia.

A lo largo de la entrevista se mantiene seria, contesta lo justo y necesario, y de vez en cuando juega con las puntas de su única trenza rubia:

_Empecé a ejercer el trabajo sexual en los años 70 hasta los 2000_ relata _Ahora ya no lo hago porque soy una mujer grande. El cliente ya no busca personas grandes. Directamente el trabajo sexual me hizo a un costado, no yo a él.

Sandra Castillo en su residencia en los 80 | Fuente: Archivo de la Memoria LGBTIQ de Santiago del Estero

Sandra, oriunda de Clodomira, una pequeña ciudad del departamento Banda, comenzó a ejercer la prostitución cuando vivía en Buenos Aires. En 1988 regresó a Santiago a causa del fallecimiento de su madre. En su provincia natal ya había mujeres trans trabajadoras sexuales. Durante dos años trabajó sin problemas con la policía, a diferencia de Buenos Aires, donde la arrestaban por el simple hecho de ser trans:

_En esos tiempos no había mujeres trans como yo estaba construida. Yo estaba con pechos, todo. Había chicas que se vestían de mujer durante la noche, pero en el día no. Yo estaba las veinticuatro horas vestida de mujer. Trabajaba en la zona del Centro, haciendo la prostitución caminando, y la policía no se daba cuenta de lo que era.

¿En qué se amparaba la policía para detener a las mujeres trans? En la Ley 2425 del Código de Faltas de Santiago del Estero. Estos códigos contravencionales decían, en los Actos Contrarios a la Decencia Pública, que quien “sin estar comprendido en el artículo 129 del Código Penal, ofendiere a la decencia pública con actos o palabras torpes, será reprimido con arresto hasta diez días” y en los artículos 77 y 78 prohibía a) “el transitar por las calles o sitios públicos falto de ropas o con prendas interiores, ofreciendo un aspecto indecoroso o inmoral”; b) “el que, en sitios públicos o accesibles a la vista del público, realice actos fisiológicos que sólo deben cumplirse en lugares reservados”; y c) “el que se exhibiere públicamente con ropas de otro sexo, siempre que la costumbre lo reprima, salvo durante las fiestas de carnaval u otras que estuviere permitido, pero en ningún caso cuando las vestimentas fueren indecorosas”.

Con respecto a la Prostitución Escandalosa (artículo 83) se establecía que “se aplicará arresto hasta quince días a la mujer que se ofrezca públicamente o provoque escándalo, y a las personas de ambos sexos que, en lugares públicos o en locales de libre acceso, hagan manifiestamente proposiciones deshonestas u ofrezcan relaciones con prostitutas. La pena podrá elevarse hasta un mes de arresto si las proposiciones o incitaciones fueren dirigidas a un menor de 18 años”.

A pesar de esto, había una letra chica no oficial. O al menos figuraba dentro de la ética y moral de algunos policías: las coimas:

_Te llevaban y tenías que arreglar con trabajo sexual o dinero para que te dejen en libertad  recuerda Sandra _Siempre he pagado por una noche en libertad. Al precio de ahora es, supongamos, 300, 500 pesos por una noche.

Al mismo tiempo, existían las “estadías”, que consistían en llegar a un acuerdo económico con algún oficial a cambio de no ser arrestada durante un lapso de tiempo determinado (generalmente una semana), pero con la condición de entregarse al menos una vez para que la policía pueda constatar que cumplía con su deber.

Para corroborar este relato recurrí a otras trabajadoras sexuales santiagueñas. Una de ellas, que prefirió preservar su identidad, comenzó a prostituirse en 1994, cuando tenía 13 años. En 2022, a sus 41, calcula que de aquel tiempo que empezó a ejercer, apenas tres compañeras viven.

_Siempre estaba la forma de arreglar porque a nadie le gustaba dormir en un calabozo_ cuenta _Y muchas veces de las peores formas. Tenías que ser violada, prácticamente, o acceder a tener sexo oral con diez o quince policías que trabajaban en las comisarías en el momento. Muchas veces accedías a tener sexo con quien a ellos se les cante, porque decías: “Bueno, me van a largar a las cuatro de la mañana”, y no te largaban. A veces te hacían a propósito y te largaban al mediodía, como para que todo el mundo te vea que salías de una comisaría solo por ser trans y ejercer el trabajo sexual.

Florencia Giselle Paz aún ejerce el trabajo sexual. Comenzó en 1997, cuando tenía 12 años, actualmente tiene 37:

_Con 12, 13 años, le tenía terror a la policía_ recuerda _Antes era muy complicado, por la policía, trabajar. Y más siendo menor de edad. Hacían rastrillajes los fines de semana. Nos metían en una celda y a las más pendejas nos ponían en un costado y nos hacían que nos desnudemos, que caminemos y hasta que tengamos relaciones con los mismos presos. Imaginate la tortura que recibíamos en ese tiempo.

Ninguna de estas denuncias llegó a efectuarse en esos años ante las autoridades. ¿Los motivos? Al margen de que eran ignoradas y se burlaban de ellas, el miedo a que los policías acusados tomen represalias. El trabajo sexual era el único ingreso que tenían para subsistir y ayudar a sus familias. Si iban presas, no trabajaban, no comían.

Cintia Cravero es abogada, activista por los derechos de las mujeres y personas de la diversidad. Trabaja como subdelegada del Inadi de Villa María, y también lo hizo en Santiago del Estero. Respecto de aquellas denuncias, dice:

_Las compañeras con las que tuve contacto, que han tenido algún tipo de problema, decidieron no denunciar por la policía misma. La policía es la que patrulla las calles. Ellas quedarían muy expuestas ante denuncias institucionales contra la policía. De por sí era muy difícil que puedan acceder y ser respetadas al momento de querer interponer una denuncia. Denunciar a la institución era medio en un problema más profundo y no poder salir.

Mía Leguizamón es una mujer trans de 29 años que aún ejerce el trabajo sexual. Sale a la calle solo cuando está aburrida o tiene ganas de exhibirse. Generalmente trabaja a través de un sitio web, para mayor seguridad, dice ella. Aunque es relativo. Reconoce:

_Una nunca sabe con el cliente que te podés encontrar y la locura que puede llegar a tener.

En su perfil ofrece servicios virtuales, como videollamadas, venta de packs de fotos, o encuentros íntimos a convenir. Todo tiene que ser con transferencias de dinero por adelantado para asegurarse que la cita se va a concretar y no ir en vano. La joven no quiere dar demasiados detalles sobre el sitio que usa porque considera que si revela direcciones va a tener más competencia.

Mía mide, según dice su perfil, un metro cincuenta. Su altura no es un dato menor para este relato:

_Imaginate, cuando tenía 17 años, era una de las más chiquititas. Todas eran semejante cosa y yo era una cagadita. Unos policías siempre la tenían conmigo. Varias veces me quejé porque yo trabajaba en el parque Oeste, entre Libertad y Moreno, y había una chica que era menor de edad, mujer cis, que trabajaba en la Entre Ríos (las separaba una cuadra). Como era menor, nos traía problemas a todas nosotras con la policía por el hecho de ser mujer. Tenían sexo con ella y nos corrían a todas nosotras. Una vez, un policía me corrió y me pegó. Denuncié, pero nunca se hizo nada. Ese fue el único caso que tuve contra la policía, que ejercieron violencia contra mí.

A Mía le pegaron por negarse a irse de la “zona de las chicas trans”. Su propio espacio. Esto ocurrió en 2010, dos años después de la derogación de los artículos contravencionales. Fue acompañada por una amiga a hacer la denuncia a la comisaría Cuarta:

_Se nos cagaron de risa _ recuerda lamentándose _Se hicieron los que tomaron la denuncia y quedó en la nada. El policía seguía trabajando ahí. Pasaba y se nos burlaba. No quedaba otra que seguir trabajando, porque era el único sustento que teníamos.

Mía hace hincapié en que ella, al igual muchas mujeres trans, han abandonado la escuela en niveles primarios y, con suerte, secundarios. No tuvieron ni tienen conocimiento de cómo actuar ante esos casos. Es difícil encontrar denuncias legales por maltrato policial a trabajadoras sexuales en Santiago.

Para averiguar más visito el edifico del INADI. Allí me recibe Luisa Paz, la delegada provincial. Luisa es una mujer trans de 58 años, canosa e imponente. Me espera en su oficina. Ella se apodera de la escena. Su discurso es arrollador. Golpea el escritorio con sus uñas cada vez que quiere hacer énfasis en algo. Le pregunto por denuncias que hayan recibido y que impliquen a policías y trabajadoras sexuales. Me aclara que allí no reciben denuncias de violencia institucional, que eso le corresponde a Derechos Humanos de la Nación. Pero sí me cuenta que han ido compañeras trans a denunciar discriminación por no dejarlas entrar a boliches, escuelas o locales de ropa en la zona céntrica.

Luisa Paz junto a dos compañeras en la década del 80 en Buenos Aires | Fuente: Archivo de la Memoria LGBTIQ de Santiago del Estero

Termino con Luisa y camino aproximadamente seis cuadras hasta la Secretaria de Derechos Humanos de Santiago del Estero. Allí solo recuerdan un caso en el que una mujer trans y un joven gay en un boliche, que denunciaron a la policía por conflictos previos. La denuncia se hizo ante el Ministerio Público Fiscal. Nada vinculado al trabajo sexual. En la Secretaria tampoco reciben denuncias, solo reclamos. Acompañan, asesoran, envían notas y poco más.

Policías

Esta una de las caras de la moneda. El testimonio en carne propia de las trabajadoras sexuales. Ahora, ¿qué pasaba adentro de las comisarias? Para eso, en primera instancia, salgo a la calle para hablar con algún oficial de turno. De esos que cualquiera se puede encontrar en las plazas, en las esquinas o controlando el tránsito.

_¿Qué es lo que quieres saber?_ me prepotea uno. No me saca la mirada de encima. Insiste. Se anticipa y me sentencia:

_Ninguno va a querer hablar.

Intuye por donde va la cuestión. Sabe que la policía, en el imaginario popular, tiene mala fama. Y tiene razón, nadie quiere charlar sobre el asunto. ¿Tendrán miedo de que su empleo corra peligro si es que hablan de más?

Es por eso que recurro a un ex suboficial que prestó sus servicios en las comisarías Primera y N° 49, entre 1986 y 2015. El hombre prefiere que su identidad no se dé a conocer. Ante la consulta sobre presuntas coimas, me contesta:

_He escuchado que en diversas partes había gente que les pedía plata para dejarlas trabajar. Casualmente, ante esa situación, me he plantado. No te voy a dar los nombres. Estando en la comisaría, una me manifiesta que dos oficiales le habían pedido plata para dejarla trabajar. Me fui a hablar con el jefe: “Jefe, mire, aquí una chica contraventora me manifiesta que hay dos policías del comando radioeléctrico que le habían pedido dinero. Como no le querían dar, la levantaron”. El jefe de la comisaria de ese entonces, de la Primera, se comunica con el jefe del comando y le dice: “Mirá, esto y esto está pasando con tus oficiales. Sacalos, no sé. Yo los voy a vivir metiendo presos si una contraventora viene y manifiesta eso”. Ahí quedó.

Hasta acá el relato de las dos partes coincide. Pero la historia no termina ahí:

_Recibí presión de estos dos oficiales_ continúa el subofiicial retirado _porque sabían que yo había recibido la declaración indagatoria. Me reclamaron que cómo iba a creerle a una contraventora. Les digo: “He obviado de poner eso en la declaración indagatoria. He hablado directamente con el jefe”. Me dijeron que era un cagador.

En cuanto a violaciones o abusos a cambio de libertad, no le consta haber visto o escuchado algo. Quien también niega haber visto o escuchado algo es Pascual Jaime, un ex agente de las comisarias Primera y Sexta, entre 1980 y 2005. Aunque sí hace un aporte al rastro de las coimas:

_Eso lo manejaban de arriba. Había jefes a los que no les importaba nada. Ellos coimeaban y te mandaban al frente a vos. ‘Vete, levantalo’, cuando ellos ya estaban recibiendo la plata. Con eso chocas cuando vas para allá. ‘A fulano ya le he dado plata’. Así se trabajaba en esa época. Esos comentarios había siempre en la fuerza.

El orgullo

Mientras tanto, en la Plaza del Maestro, Mariana Contreras no para de bailar. Menea para todos lados su pollera con los colores de la bandera LGBTIQ+. Le cabe cualquier género musical. En un punto de la noche se saca sus tacos negros y los cambia por unas alpargatas para estar más cómoda. Todos y todas quieren tener una foto con ella. ¿Qué la convirtió en referente? La popularidad que tomó por ser testigo del Doble Crimen de La Dársena, donde asesinaron a Leyla Bashier Nazar y Patricia Villalba el 6 de febrero de 2003. En aquel entonces, Elena Reynaga, Secretaria General de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), la contactó para que organice a las trabajadoras sexuales santiagueñas.

Luisa Paz, delegada del INADI, sosteniendo un cartel en alusión a la desaparición de Tehuel| Fuente: Red de abogadas feministas de Santiago del Estero

A Mariana -50 años, madre de familia y orgullosa mujer viviendo con VIH- la conocí un par de meses antes. Me recibió en una oficina del Ministerio de Salud, donde trabaja codo a codo con Morena Lescano, su compañera trans que además es cantante. Y más tarde, en la marcha canta y hace cantar a la multitud. Cuando le pregunto sobre el trabajo sexual en Santiago, Mariana me dice:

_Empiezo a organizar a las compañeras por el tema del atropello que sufríamos por parte de la policía, que se basaban en códigos contravencionales para llevarnos presas y hacer abuso deshonesto sobre la vida de nosotras. No solamente de las mujeres trabajadoras sexuales cis, sino de las compañeras trans. Nos metían a todas en el mismo calabozo. Nosotras veíamos cómo las violaban a las compañeras. Algunos nos coimeaban con dinero o con servicios sexuales para dejarnos trabajar”.

El diálogo entre Marcela Castillo y Mariana Contreras cobra sentido. No solo era una cuestión de complicidad, sino que interpelaba a quienes alguna vez fueron (o son) trabajadoras sexuales. Como me dijo Luisa Paz, “el trabajo sexual nos atraviesa por todo el cuerpo”. Es decir, no solo existen las consecuencias físicas, sino también las psicológicas y las familiares, porque las familias también sufren. Y en este acto hay muchas familias. Un cartel, pintado con los colores de la bandera del orgullo trans, reza: “Abracemos el futuro y luchemos por más sonrisas”.

Ya es 21 de noviembre y la fiesta sigue. Las disidencias bailan al ritmo de los Village People y se sienten libres de mostrarse tal cual son, sin miedo a represalias.

_¿Dónde sigue la fiesta?_ le pregunta una mujer trans a otra. Todos y todas quieren prolongar la celebración o detener el tiempo.

Me desligo del evento. Pasan las horas y sigo cruzándome con banderas y pañuelos orgullosos que van y vienen. En mi regreso a casa, ya muy lejos del centro, logro visibilizar a tres trabajadoras sexuales trans sobre la avenida Solís. Están casi escondidas, debajo de la sombra de los árboles y los postes de luz, a la espera de algún cliente. Una de ellas tiene una mochila pequeña con motivos infantiles. No sé si habrán estado en la marcha, pero entiendo que la fiesta no es para todas. Y que para muchas, el trabajo sexual sigue siendo la única manera de llevar el pan a su mesa.

* Periodista Deportivo recibido en Tea y DeporTEA. Se mudó de La Matanza a Santiago del Estero en 2021. Se dedicó a cubrir fútbol femenino. Escribe en Nuevo Diario y colabora en el programa Trans-mitiendo Realidades en Radio Uniersidad. Es tesista de la Licenciatura en Periodismo de la UNSE. Con este texto ganó el Primer Concurso Santiagueño de Periodismo en Profundidad 2022 en la categoría Estudiantes.