Vivir sin luz, sin agua y sin señal

¿Te imaginas tener que sacar agua de una represa todos los días para tomarla o bañarte? ¿Te imaginas que la carne que comes tenga que pasar tres meses estacionada a la intemperie en la entrada de tu casa? ¿Te imaginas caminar 3 kilómetros para poder ver a tu vecino más cercano? Así es la vida en el Buen Lugar. Descubrí este reportaje multimedia hecho por los estudiantes de Periodismo para conocer cómo es vivir sin luz, sin agua y sin señal.

 

Texto: Juan Costas / Fotos: Joel Esmela

Realización audiovisual: Juan Costas y Joel Esmela / Docentes tutoras: Lorena Jozami y Nelva Coria

 

Salimos de la ciudad y tras recorrer 100 kilómetros en auto llegamos al pueblo de Pozo Hondo. Avanzamos 13 kilómetros más al sur, donde podemos divisar un algarrobo de 200 años que sostiene la tarde. Se escuchan torcazas. Es ahí donde empezamos a transitar un lugar mágico, lleno de tradiciones y de historias de un lugar donde se vive diferente.

Quería adentrarme en el monte santiagueño y sentir en primera persona como es la vida en el campo. Así comenzó la travesía en el aquel llamado “Buen Lugar”. Un paisaje difícil, que esconde muchas historias, misterios y soledad. Conocí mucha gente que me enseñó de valores, de respeto, pero por sobre todas las cosas de humildad. Gente que a veces puede tener poco, o casi nada, pero siempre van a compartir. Conocí a personas que viven en soledad, sin familia, pero se cuidan entre los distantes habitantes de un paraje donde hay que caminar 3 kilómetros para ver al vecino más cercano.

Allí conocí a Pedro Medina, que ya casi alcanza los 60 años. Vive solo en su casa de Buen Lugar. Nos brindó su hospitalidad para poder vivir esta aventura y comprender un poco más el valor de las cosas que tenemos a nuestro alcance. Convivimos con Pedro durante un mes para poder entender como es la vida de una persona sin las comodidades que tenemos en la ciudad.

 

 Modos de comunicarse

Mi primer día tuve que lidiar con una desesperación mundana, pero terrible: de dejar el celular de lado. A veces uno está acostumbrado, pero en este campo no hay señal, y me costó horrores no saber nada de mi familia, de mis amigos ni conocer las noticias que están pasando durante esos interminables 30 días. Para ellos su forma de comunicación se basa en, por ejemplo, caminar religiosamente entre 3 o 4 kilómetros todos los días en un horario fijo para visitar a sus “vecinos”. Es una manera de cuidarse entre ellos, para saber que están vivos y que no les paso nada malo.

 

Insectos

Una de las adversidades es el convivir con la diversa familia de insectos. Recuerdol primer día que las avispas colorada, los “balapucas” como los llaman ahí, hicieron un nido en mi choza. Fue un caos para mí tratar de exterminarlos. Claro, yo no estoy acostumbrado, pero para ellos, convivir con esos insectos es normal.

Los que más odié fueron los zancudos. Hasta el día de hoy pienso en ellos y a veces lo sueño. Es un tipo de mosquito que habita de manera abundante en aquel sólido lugar. Otra noche, al lado de mi catre, se posó en mi pie izquierdo una araña pollito del tamaño de una tortuga. Mi piel se estremeció y corrí sin dirección alguna del susto, pero logré ahuyentarla. Por las noches, si dormía adentro de la choza me hacía muchísimo calor. No hay ahí ni aire ni ventilador, porque no hay energía eléctrica. Y si salía afuera, me comían los zancudos.

También, en el monte santiagueño, tienes que hacer tus necesidades o ducharte preferiblemente de día o cuando no hace frió. Y si quieres ir al baño de noche tienes que caminar 100 metros para poder llegar hasta un habitáculo oscuro de 1 x1 con un hueco en el medio. Transitar por ese camino tenebroso para llegar a la letrina, de noche y con el sonido de diversas criaturas susurrándote al oído, es realmente una odisea.

 

La comida

Con respecto a las comidas, probé el tan aclamado “charki”, como comúnmente llaman a la carne en conserva a base de sal. El proceso por el que hacen pasar a la carne para que se mantenga consiste en carnear algún animal, separarlo en trozos, pasarlos por abundante sal parte por parte y colgarlos a la intemperie. Cuando uno quiere comerlas, se pone la carne en una parrillita improvisada con sustento de leña, se la cocina un poco y luego se la muele para después agregarla al guiso carrero.

Al principio yo no quería comer una carne que estaba colgando hace dos meses rodeada de moscas e insectos. Pero luego comprendí que así es la vida en el campo. Es su forma de vivir, y es su comida. Al principio el olorcito a carne vencida te hace pensar si estaría bien comer o no el charki. También escuchar el sonido de las moscas que revolotean la carne, nos daba una sensación de rechazo y un poco de asco. Pero con el pasar de los días y cuando comienza a acechar el hambre, cedimos. La carne roja así procesada es una de las bases de la alimentación en el campo.

 

El agua

En cuanto al agua no tienes que ser delicado. Algunas familias caminan cinco kilómetros para conseguir agua potable. Consiguen un líquido que no es cristalino. Es más bien amarronado, y sale mezclado con tierra y hasta con insectos que conviven en ese mini ecosistema cerrado. Esa mezcla es a lo que ellos llaman agua, con ella se hidratan día a día, tanto niños como adultos.

 

Las enfermedades

En El Buen Lugar están expuestos a diferentes enfermedades. Pero la que es más peligrosa es el chagas. Muchos ya tienen la enfermedad que se contagia por la picadura de la vinchuca, y conviven con ellas como si fuera normal. Tienen trastornos y problemas de presión en consecuencia a este bichito, pero para mí que vengo de la ciudad, que sé los efectos de tan diminuto insecto y lo que conlleva dicha enfermedad, estaba aterrorizado.

 

El sol

Otro que forma parte de las adversidades que implica esta arena de combate que es la vida en El Buen Lugar es el sol. Un sol que avasalla toda piel humana y animal ni bien se exponga, un sol que exige respeto Cuando él está no se puede transitar en esa tierra sin sufrir consecuencias graves. Pero existen combatientes del calor, que por su condición están obligados a trabajar y ganarse algunos pesos. Para ellos no existe horarios, pero si piensan ,y respetan a aquel infernal amigo que los mira desde arriba. Es por eso que se equipan con camisas de grafa, trapos viejos en sus cabezas combinados con una gorra a modo que les cubra la cara, y pantalones largos con botines que cubren hasta sus tobillos. No hay que dejar expuesta ninguna parte del cuerpo.

 

Lo que alberga el interior de Pedro

En una ocasión, en plena siesta, sentados bajo el rancho ante el agobiante calor del sol, y en un mano a mano de mates y tortilla, Pedro me contó: “Yo antes era alcohólico, vivía con mi hermano que era enfermo mental, y los dos sabíamos tomar y fumar juntos. A veces ni comíamos. Pero una vez, cuando me fui a buscar leña, regresé y encontré la pava hirviendo sola. Él no estaba. Y era raro que no esté, porque nunca salía de aquí. Así que fui con mi linterna a buscarlo, porque ya estaba anocheciendo. Después de un rato, lo encontré en el medio del monte. Desplomado. Le había agarrado un paro cardiorrespiratorio. En ese mismo lugar en medio del monte, le hice después un monumento de material rodeándolo con un alambrado. A partir de ese día, deje de tomar y fumar, además como tengo Chagas también me estaba haciendo mal, pero yo no entendía. Luego de lo que le pasó a mi hermano, entendí todo. Me ofrecieron muchas veces ayuda para salir de aquí de mi casa y llevarme a otro lugar mejor, me ofrecían casas y muchas cosas, pero no quiero irme a ningún lado, este es mi hogar. Pero aquí está mi hermano, mi única familia, la gente no entiende que yo me siento cómodo en mi rancho”.

 

Comodidades

En la ciudad, lo esencial para vivir está a mano. Nosotros abrimos el grifo y tenemos agua potable. Nos hace calor y tenemos ventilador o aire acondicionado. Nos hace frio y tal vez tenemos calefacción. Tenemos hambre y abrimos la heladera, picamos alguito, o en el peor de los casos vamos al almacén de la esquina a comprar algo para comer. De noche podemos ver como si fuese de día. Cuando vamos al baño tiramos la cadena, dormimos cómodos, sin insectos y aclimatados. Queremos cocinar a veces y no vamos a juntar leña, abrimos una perilla, encendemos un fósforo o un encendedor y tenemos fuego. Tenemos infinidad de cosas a nuestro alcance que no siempre valoramos. Aunque lo más importante son las personas. Y eso también lo aprendí en El Buen Lugar.

 

Compartir

Constantemente estamos comunicándonos en la ciudad. A través de redes sociales y otras formas de tecnología. Nos sentimos a gusto sabiendo que hay alguien detrás de una pantalla al que aparentemente le importamos. Podemos compartir nuestras ideas, intercambiar dialogo, o simplemente distraernos con videos y noticias. Podemos llenarnos de información. Pero yo les pongo este ejemplo  que pasa a diario en la mayoría de las familias a las que visito en la ciudad. Es la mesa de todos reunidos “comunicándose”: el hermano más chico jugando videojuegos en su Tablet, comunicándose con otros jugadores; la hermana más grande hablando por WhatsApp con su grupo de amigas; la madre aprendiendo a manejar el Facebook que recién se creaba y el padre viendo las noticias en la televisión.

Todos ellos estaban “comunicándose”. Pero qué diferente que es la comunicación con la familia del campo. Ahí la madre hace tortillas mientras el padre prepara el mate y prende el fuego. La hermana ayuda a su hermano a dar de comer a las gallinas, y mientras hacían todo eso, se hablaban, se comunicaban, se reían y se enojaban. Tenían discusiones y alegrías. Aprendí que tenemos todo en nuestras manos y no siempre lo sabemos aprovechar ni disfrutar. Comprendí que ni lo más lujosos edificios, ni autos, ni casas, ni siquiera la ropa de marca o el último modelo de celular, nos complacería tanto y nos llenaría nuestro de corazón de satisfacción como el amor hacia las personas. Ver una sonrisa de felicidad en un rostro ajeno. Que alguien se ría o llore con vos.